Si el enfermo sana, queda todo este material desvalorizado; pero si muere, sobreviene un periodo de tristeza y luto, durante el cual sólo aquello que se relaciona con el desaparecido posee un valor para el superviviente. Entonces llega la hora de las impresiones retenidas, que esperan una derivación, y después de un intervalo de agotamiento puede surgir en el familiar, que atendió a pie de cama al enfermo, una dolencia.
Bien cierto es que ninguna de estas afecciones presenta, una relación casual, con la dolencia del ser querido enfermo. También podemos afirmar que en situaciones similares o en aquellos casos que fueron atendidos por varios familiares turnándose en la función, puede alguno de ellos ser más susceptible a una dolencia o presentar una tolerancia diferente de sus funciones vitales.
Ya la medicina antigua procuraba lugares y acompañantes para los enfermos y a lo largo de la civilización se han ido perfeccionando los medios empleados en la terapéutica, pero es desde principios del siglo XX cuando el psicoanálisis formula por primera vez en la historia de la civilización: la existencia del psiquismo como inconsciente, es decir una implicación del sujeto con lo que le sucede, a través de complejos mecanismos, operaciones y sistemas que conforman el aparato psíquico.
Ahora sabemos de la existencia en el sujeto psíquico de la culpa como sentimiento, del beneficio extraordinario que puede tener el remordimiento, del complejo entramado de ambivalencia afectiva de amor y odio, de la primitiva envidia capaz de maltratar en el sujeto lo más querido, de las ideas suicidas ante el dolor de la infinitud y un largo elenco de afectos que pueden cursar, resolviéndose, como síntomas en el cuerpo o en el alma. Con el alma no se puede acabar, pero si se puede analizar.
Y no hay acuerdo posible universal sobre lo familiar, de ahí la infinidad de dioses y la imposible relación de cada amante, en el amor, con lo amado.
Dr. Carlos Fernández
Médico Psicoanalista